La primera vez que escuché el término “limbic friction” fue en un podcast de neurociencia, de quién si no de mi gurú: Andrew Huberman. Estaba hablando de hábitos, de por qué es tan difícil hacer “lo que toca” incluso cuando sabes que te viene bien.

Yo ya meditaba, entrenaba fuerza, estaba cambiando mi alimentación… y aun así había días en los que solo quería sofá, móvil y desaparecer del mapa. Me sentía flojo, culpable, casi como si hubiera algo “mal” en mí.

Y entonces escuché esta frase:

“Limbic friction es cuánto esfuerzo cuanta energía de activación necesitas para comprometerte con un compartamiento en partícular”

Me explotó la cabeza.

No era que yo fuera débil.
Era que mi cerebro estaba funcionando exactamente como está diseñado.

Desde entonces empecé a verlo en todas partes: en mi relación con la comida, con el gimnasio, con el descanso y hasta con el móvil. Y eso cambió por completo mi forma de tratarme.

En este artículo quiero contarte qué es el limbic friction, cómo lo vivo en mi día a día y qué hago para convivir con él sin odio, sin culpa y sin drama.


Qué es el limbic friction (versión para humanos, no para expertos)

Muy resumido, en el cerebro podríamos imaginar dos “zonas” principales:

  • La parte más emocional e impulsiva (áreas límbicas): busca placer rápido, comodidad, evitar dolor, ahorrar energía.
  • La parte más racional y planificadora (corteza prefrontal): sabe lo que te conviene a medio y largo plazo.

El limbic friction es la fricción entre esas dos partes cuando:

  • Quieres levantarte temprano para ir al gym, pero tu cuerpo te dice: “Cinco minutos más, por favor”.
  • Sabes que te iría bien una cena ligera, pero te entra un antojo brutal de algo muy calórico.
  • Tenías decidido meditar 20 minutos, pero de repente “te acuerdas” de que tienes que revisar Instagram.

No es flojera, no es falta de fuerza de voluntad pura y dura:
es un conflicto interno muy normal entre tu sistema de supervivencia (que busca ahorrar energía y mantenerse cómodo) y tu sistema de objetivos (que quiere que crezcas).

Antes de saber esto, yo etiquetaba ese conflicto como:

  • “No sirvo”
  • “No tengo disciplina”
  • “Siempre termino fallando”

Ahora lo veo como: “Ah, hola limbic friction, ya sé quién eres. Vamos a negociar.”

Cómo empecé a notar el limbic friction en mi vida

En mi caso, el limbic friction aparece casi siempre en los mismos momentos.

1. Justo antes de entrenar

Tengo la mochila lista, sé que entrenar me sienta genial, mi parte racional lo tiene clarísimo.

Y aun así, hay un segundo en el que aparece una voz:

“Hoy estás cansado, mejor descansas y mañana vas más fuerte.”
“Total, por un día no pasa nada.”
“Podrías aprovechar para adelantar trabajo.”

Eso es limbic friction.
No es una señal real de que mi cuerpo se vaya a romper.
Es mi cerebro ahorrando energía “por si acaso”.

2. Con la comida cuando estoy cansado o estresado

Lo noto mucho por la noche:

  • Sé que con algo ligero dormiré mejor.
  • Pero mi cuerpo me pide algo rápido, denso, muy placentero.
  • Si he tenido un día emocionalmente intenso, la fricción es aún más fuerte.

Aquí el mensaje real no es “necesito pizza”, es:
“Necesito alivio rápido de cómo me siento ahora mismo.”

Pero como durante muchos años aprendí a regularme con comida, el sistema límbico va directo a lo que conoce.

3. Antes de meditar

Me pasa mucho con la meditación.
He visto los beneficios de forma muy clara: menos ansiedad, más descanso, más claridad mental. Y aun así, hay días en los que sentarme 20 minutos parece escalar una montaña.

  • Cojo el móvil.
  • Se me ocurre “una cosa urgente”.
  • Me entra una pereza irracional.

Ahí está otra vez: fricción.
Una parte de mí quiere entrar en silencio; otra intenta evitar ese espacio donde todo se queda quieto y no hay distracciones.

Lo que cambió cuando le puse nombre

Ponerle nombre a algo te da poder sobre ello.

Antes:

  • Veía esa resistencia interna y la interpretaba como un problema de carácter.
  • Me hablaba mal: “Siempre igual”, “Nunca vas a cambiar”, “Eres débil”.
  • Entraba en una espiral de culpa → más ansiedad → más necesidad de alivio rápido.

Después de conocer el concepto de limbic friction:

  1. Entendí que la resistencia es parte del diseño del cerebro. Esto es demasiado importante saberlo! 
  2. Dejó de ser algo “mío” y pasó a ser algo “con lo que convivimos todos”.
  3. Aprendí a ver la fricción como una señal, no como una sentencia.

Ese cambio de perspectiva, para mí, ha sido enorme.

Cómo convivo hoy con el limbic friction (sin guerra interna)

No tengo una fórmula mágica, pero sí varias cosas que me ayudan.

1. Reducir la negociación

Cuanto más dialogo interno, más terreno gana la parte emocional.
Decisión → acción pequeña inmediata.

2. Hacerlo ridículamente fácil

Empiezo pequeño.
La mayoría de las veces, una vez que empiezo, la fricción baja sola.

3. Cuidar el contexto físico

La fricción se dispara con poco sueño, estrés y saturación. 

4. Cambiar el tono de la voz interna

No es “qué desastre”, es:
“Vale, esto es limbic friction. ¿Qué es lo más pequeño que sí puedo hacer ahora?”

Limbic friction y problemas de peso

Cambiar el cuerpo implica cambiar rutinas, recompensas y formas de regular emociones.
Eso siempre genera resistencia.

La fricción no significa que no puedas.
Significa que estás intentando cambiar algo profundo.

Lo que me repito cuando la fricción se hace fuerte

  • “Es normal que cueste.”
  • “Solo el siguiente paso.”
  • “No tengo que ganar hoy, solo no abandonar.”

Qué he aprendido de esto? 

Sigo teniendo días de resistencia.
La diferencia es que ahora sé qué está pasando por dentro.

No estoy roto.
Tengo un cerebro humano.

Y convivir con el limbic friction es parte del precio, y del privilegio, de querer vivir con más intención.


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